"Don Santos Roca Zurbiré, abogado notario de los del número del Distrito, bebe un sorbo de café caliente sentado en una lustrosa mecedora de caoba en la sala de su apartamento, mientras hojea las páginas de la edición del Listín Diario correspondiente a aquel día. En su moderno equipo de sonido se escucha desde hace unos minutos un merengue a un volumen que cualquiera —pero no él— habría considerado demasiado alto a esa hora.

Se trataba de El jardinero, un tema de Wilfrido Vargas que había gozado de gran popularidad a finales de la década de 1970, y cuyo estribillo (“Te veré caer”) parecía haber adquirido un sentido totalmente distinto en la cabeza de don Santos al calor de los acontecimientos que habían marcado su vida en los últimos meses. Recién se despejaban las nubes de aquellos sórdidos pensamientos de lujuria y de venganza que le habían arrebatado la calma.

Por fin volvía a disfrutar de aquellos apacibles momentos matutinos en los que se entregaba, con una serenidad casi mística, a su famosa pasión por la música popular criolla, de la misma manera en que otros se entregan al delirio de las caminatas, de la gimnasia y de los trotes por las aceras de la ciudad. Para don Santos, hacía tiempo que estaba claro que aquel bullicioso ritual tempranero era la manera en que debía iniciar cada día un gallo como él, y le importaban muy poco las molestias que pudiera ocasionarle a sus vecinos aquel derroche de decibeles".

Así comienza Te veré caer, una novela en clave de merengue de Manuel García Cartagena en la que se exploran varios de los sentidos que asume la palabra corrupción en las sociedades caribeñas. .