La crisis política generada por la expansión incontrolable de la migración ilegal, se ha convertido prontamente en un fenómeno global; las rutinarias medidas de control en las fronteras se han vuelto obsoletas ante la magnitud de la ola migratoria. Lo que se inició como un problema administrativo, para los países receptores, que enfrentaron con leyes coercitivas y controles policiales, ahora se ha convertido en un problema político, que está desgastando las bases del sistema democrático, evidenciando sus debilidades y retando las capacidades de los estados, cuyos gobiernos se ven atrapados entre una ciudadanía que exige medidas más duras y eficientes, para detener la invasión de sus espacios, y el temor de infringir leyes de lesa humanidad, que los pondría a la altura de los regímenes mas sangrientos de la historia.

Lo que se está perdiendo de vista es que, la migración masiva no es un problema administrativo y policial; lo que empuja a millones de personas a abandonar sus lugares de origen, dejando atrás familia y lazos nacionales, es la pobreza extrema, la delincuencia criminal, las guerras, la corrupción de los gobiernos, y que todo esto está correlacionado, producto de una falla del sistema democrático, con lo que evidencia su decadencia; esta falla se expresa en el rompimiento de los mecanismos de representación ciudadana en el gobierno. Mientras no se tomen medidas para reparar el sistema, construyendo nuevos mecanismos de representación, la crisis continuará extendiéndose, creando un vacío de poder, donde expresiones de violencia extrema, pueden destruir, en relativamente corto tiempo, lo alcanzado hasta hoy por la civilización.

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