OVEJAS EN EL ATRIO no es solo un relato biográfico que contiene una narrativa agradable y cautivante de dos personajes centrales. Es la historia de la resiliencia inquebrantable de una vida con propósito entregada a una visión, con una fe que no veía las montañas sino al cielo, una obediencia a su fe que no conocía opciones, solo determinación y un corazón tan lleno que a pesar de la adversidad, prueba y dolor no tienen otra cosa más que gratitud.

La HISTORIA DE SUMISIÓN VOLUNTARIA inicia con un niño huérfano de padre a los nueve años de edad, originario de una tierra sin mucha expectativa. Siempre le acompañó el deseo de descubrir el propósito de su vida.

A los diecisiete años, decide ser un discípulo del cristianismo, así como los primeros pastores que le parecían gente humilde, pero transparente. Su mejor ofrenda fue Eva de dieciséis años, que provenía de una casa de amor, quien junto a sus familia no les costó aprender a amar, servir y perdonar por el ejemplo de excepcionales misioneros John y Elena Franklin quienes encontraron el apoyo para el establecimiento del cristianismo de Asambleas de Dios en Guatemala.

En los apuros de ser legítimo, Juan demostraba que lo económico no era lo más importante, así que aprendió a emprender sin dinero. A principiar primero para después ver los milagros de provisión en todo.

Con esa metodología, construyo a su forma y gusto, templos, casas, nuevas iglesias y donar voluntariamente de sus recursos para la organización. Para obtener lo que necesitaba debía hacerlo con sus manos.

Se le vio aprendiendo hacer zapatos para sus hijos, en la peluquería, en la carpintería, en la construcción, la sastrería, la tapicería con el único ánimo de sobrevivir para servir. Está dedicada a todos los descendientes de los creadores del Concilio de Asambleas de Dios en Guatemala y nunca imaginaron que tiempo después se convirtiera en una gigantesca organización.

«Cuida de las ovejas destinadas al matadero. Quienes las compran las matan impunemente y quienes las venden dicen:“¡Bendito sea el Señor, porque me he enriquecido!” Ni sus propios pastores se compadecen de ellas.

Zacarías 11: 4,5. .