Hace unos 100 años, en 1923, Edmond Szekely encontró un manuscrito de inesperada importancia en los polvorientos archivos secretos del Vaticano. Este evangelio albergaba un misterio cuyas palabras y sermones le resultaban extrañamente familiares, casi como si hubieran brotado del Nuevo Testamento.
Pero pronto se acabaron los paralelismos, ya que las enseñanzas de este evangelio contradecían claramente las creencias establecidas del Nuevo Testamento. El bautista esenio, como yo lo llamo, enseñaba la autorresponsabilidad.
Mientras que la doctrina cristiana presenta al hombre como fundamentalmente pecador y malo y, por tanto, incapaz de cumplir los mandamientos divinos, y caracteriza su lucha por la perfección como una ilusión, presuntuosa y arrogante, el Bautista esenio reveló que la perfección era el objetivo del hombre en la tierra. Una afirmación audaz que va en contra de los fundamentos de la religión establecida.
En el Nuevo Testamento, Jesús afirma la inocuidad del consumo de carne, mientras que el Evangelio de los esenios nos llama a considerar, tratar y proteger a los animales como nuestros hermanos. El consumo de carne fue declarado el mayor de los pecados: una violación del propio cuerpo y del alma.
En el Nuevo Testamento, Pablo presenta a la mujer como el súbdito del hombre, mientras que el profeta esenio la alaba como la fuerza espiritual del hombre a quien debe escuchar. Y la propia tierra, que no desempeña ningún papel en la doctrina cristiana, es descrita por el Bautista esenio como nuestra madre, a la que hay que cuidar y proteger de cualquier daño.
Mientras que el Nuevo Testamento describe la salud física como algo pasajero y por lo que no merece la pena esforzarse, el profeta esenio veía la pureza física y la salud como la base de la salvación espiritual. Explicaba que todas las personas son impuras por naturaleza, pero poseen la clave de la salud, la felicidad y la perfección.
El profeta esenio no enseñaba una nueva religión, sino una filosofía de vida en armonía con la naturaleza. Tradujo el lenguaje de la naturaleza, en el que Dios ha grabado sus leyes inmutables, que han perdurado desde la creación de la tierra y surgieron con la creación de la tierra.
Esta versión desconocida del cristianismo habría llevado a la humanidad en una dirección completamente diferente hace 2000 años si no se hubiera distorsionado por razones políticas y económicas. .