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El Disfraz del Enigma

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(773 available)
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Book Details
Language
Spanish
Publishers
Independently published (2 April 2024)
Weight
0.37 KG
Publication Date
02/04/2024
Pages
276 pages
ISBN-13
9798321727720
Dimensions
15.24 x 1.6 x 22.86 cm
SKU
9798321727720
Author Name
Anthony Dreyer (Author)
Anthony DREYERBreve AutobiografíaAnthony Dreyer, el nombre “Anthony Dreyer” es el seudónimo con el que escribo y a la vez mi nombre oficial en el Reino Unido, uno de los países donde resido. Nací en Gáldar, una ciudad situada al norte de la isla de Gran Canaria, España, el 26 de Enero de 1959. Un día memorable para mí y también para mi madre, ya que fui el primero de cinco hijos. Mi vida se ha desenvuelto en el mundo del turismo, las finanzas y la investigación, llegando a convertirme a finales de los noventa en Investigador Privado diplomado en Londres. A pesar de haber nacido en el seno de una familia humilde me he sentido un privilegiado desde muy pequeño y he recibido tantas atenciones como un Príncipe. Tuve la niñez que me gustó. Siempre hice lo que me dio la gana hacer. Aunque ciertamente eso me hacía acreedor de unos castigos ejemplares. En más de una ocasión me vi de rodillas sobre el picón. Pero conociendo la bondad de mi madrina María, que vivía a escasos 30 metros de mi casa, lloraba “a grito pelao”, así ella me oía y venía a levantarme el castigo. Ví junto a mi abuelo, José Pérez, la muerte de Kennedy por televisión en 1963, cuando solo contaba con cuatro años. Eso fue un hito en mi vida hasta el punto de que escribí cuatro décadas más tarde “Conspiración Omega” y que ya le invito a leer. Aquel día, mientras mi abuelo miraba las imágenes de la muerte del Presidente le oí decir “Han matado a ese hombre, ¡me cago en el mundo cabrón!” Con mi abuelo aprendí a comportarme con educación a la hora de comer. Recuerdo que me encantaba el queso, pero el me recordaba que el queso era solo para “conducto”. Por supuesto que yo no entendía lo que quería decir, pero sin embargo comprendía que había que comer poco. En esta época de mi vida mis padres me dejaban al cuidado de mi prima Susana, de mi tía Eusebia, que me adoraba como a un hijo, con mi madrina María, con mi abuela Luz, con mi otra abuela, Juana y con mi tía Josefina. Sin embargo nunca he podido recordar a mi tía Siona, que según mi madre me daba la teta. No tuve la oportunidad de darle las gracias, la muerte se la llevó demasiado pronto. En verano pasaba grandes temporadas con mi tío Juan y mi tía Celestina, cerca de la playa del Agujero. En esa época ellos tenían cuatro hijos; dos niñas, Loli y Rosa Delia y dos niños, Pepe Juan y Ángel, con ellos pasé épocas maravillosas de mi niñez. Fui alimentado con leche de cabra, vaca y oveja y creo que debido a ello he tenido una salud de hierro hasta ahora, a punto de tocar los cincuenta años. En la actualidad continúo con ese hábito, ya que una de mis empresas en la India “Kingdom Livestock” cuenta con algunas cabezas de ganado, cabras y vacas, repartidas en diferentes granjas por el estado de Kerala, un lugar paradisíaco, donde los nativos dicen que “Si Dios decidiera vivir en la tierra, elegiría este lugar como su país”. Por si acaso esto sucede, ya yo vivo aquí seis meses cada año. Recuerdo que hasta cerca de los ocho años mis padres trabajaban en un almacén de tomates. Hecho este que no me permitía estar con ellos todo lo que yo quería. Posteriormente a mi padre le dio por sacarse el carné de conducir y lo aprobó. Trabajó con un camión acarreando tierra, algo que a mi me gustaba mucho, pero nunca le pregunté a él. Con ocho años era capaz de conducir aquel camión yo solo. Mas tarde se compró un coche y también yo lo conducía como si nada. Seis meses después comenzó a trabajar en una línea de autobuses, AICASA. Como tenía que llevarle el almuerzo cada día me daba unos paseos increíbles. También aprendí a conducir una guagua de aquellas amarillas, con el volante a la derecha. Tanto aprendí que una vez, mientras mi padre estaba con unos amigos lejos de mi casa, cogí aquel gigante y me di unas vueltas. Recuerdo que para frenar tenía que ponerme de pie sobre el pedal de freno. Mi padre se entero varios años después. De haberse enterado antes, probablemente hoy estaría cojo de una pierna. De todos modos tanta enseñanza le sirvió también de beneficio. Una vez se fue con unos amigos y me llevó a mí. Se había matado un cochino y se acostumbraba a freír algo de carne y beber Ron Carta de oro, de las destilerías Arehucas. El “viejo” cogió una torta de campeonato y no podía conducir. Yo cogí el coche, que por aquel entonces era un Peugeot 404 con el cambio alto, y lo lleve a mi casa. Recuerdo que al siguiente día le preguntó a mi madre como había llegado. Mi madre, al menos en aquella ocasión no le respondió.He de reconocer que fui, de pequeño, un mal estudiante. Sin embargo aprendí, por la fuerza, a escribir y a leer. Me costó algunos tirones de orejas, de palmetazos en las pantorrillas, de coscorrones, de palmetas en la punta de los dedos… pero aprendí… ¡Y cómo! Nunca olvidaré los ríos de España, que en aquel entonces, España para mi era un trozo de papel pintado y tampoco olvidaré aquellos vasos de leche en polvo que nos daban en el colegio antes de cantar el Cara al sol con la mano en alza y a la hora del recreo. Aún así estoy profundamente agradecido a todos aquellos maestros que me enseñaron lo más básico del conocimiento de mi lengua, pues gracias a eso he podido escribir alrededor de veinte novelas, entre las que están publicadas y las que faltan por terminar. Nunca tuve la oportunidad de brindarles mi gratitud personalmente, se les acabó la vida y yo siquiera me enteré.Sinceramente yo odiaba ir al colegio hasta tal punto que, en una ocasión mi madre tuvo que llevarme a la escuela de la mano. Cuando llegó delante del maestro, antes no existía eso de profesor, Don Álvaro, que así se llamaba el cristiano, me dijo “Te voy a meter en el cuarto de los ratones”. Aquellas palabras me provocaron una reacción nerviosa y lloré desconsoladamente, mi madre tuvo que cogerme en brazos, pero el maestro intentó despegarme de mi madre y la pobre, mi madre, casi la desnudo delante del hombre, pues le dejé el traje hecho jirones. Tenía para todo el curso un libro y un cuaderno. Creo que el cuaderno estaba intacto al final del curso. Y el libro nuevo, como si lo hubieran comprado ayer.Con tantos problemas en la escuela me hice un aventurero, como vera más adelante. Cuando yo tenia cuatro años nació mi hermano Carmelo, pero hasta que tuve ocho años no pude disfrutar de el, porque era muy pequeño. Ya con cuatro años, esto era otra cosa. En vacaciones me tocaba guardarlo, claro que eso de guardarlo es un decir, porque al estar todo el día dentro de la casa nos inventábamos unos juegos increíbles y en ocasiones peligrosos. Una vez me dio por que la cuna de mi hermano era un helicóptero y nos subimos dentro los dos. Como la cuna se movía para todos los lados, la cosa tenia un poco de ritmo. Y nosotros hacíamos el ruido con la voz, bueno, mas bien yo, porque mi hermano no hablaba mucho, el solo decía “mano, mano” que es diminutivo de hermano. El caso es que yo salto de la cuna al suelo y comienzo a arrastrar la cuna con mi hermano dentro, que miraba para mi asombrado, con aquellos ojos grandes y redondos. Tanto arrastré la cuna que le partí una pata, a la cuna. Eso fue algo terrible para nosotros. Se nos quitó las ganas de jugar de repente. Pero yo que de vez en cuando tenia un rayo de inteligencia, puse la pata de la cuna como si nada hubiera pasado para que mi madre no se diera cuenta. Por la noche, mi hermano tenia la costumbre de estar entre mis padres hasta que llegase la hora de dormir. Yo en cambio no. Después de nacer mi hermano yo me sentaba a los pies de la cama.Llegó la hora de poner al niño en la cuna, pero el no quería mudarse, sabía que se iba a llevar un batacazo. Mi madre, sorprendida le dice a mi padre; “Pero mira Antonio, que el niño no quiere irse a la cuna esta noche”. Mi hermano miraba para mi y yo miraba para el, pero con la vista le decía, “entra padentro que quiero ver como acaba esto esta noche”. Finalmente mi madre se levanta, coge al niño y lo mete en la cuna. Los ojos del pobre chiquillo eran como los de las ranas, mirando desorbitados para todos lados. Mi madre comenzó a remar la cuna hasta que después de unos cuantos va y viene la cuna hace ¡Plom! Y mi hermano del brinco que dio casi se sale fuera, y mira que la cuna era grande. Del susto, mi hermano comienza a decir “Mano, mano”. Yo me acerque a la cuna donde aun estaba y le digo a la oreja, “Cállate porque si no, mañana te tiro a la mareta”. Y se calló. Eso si tenía mi hermano, era obediente como el coño.En otras ocasiones cogíamos las sillas y hacíamos rally por todas las habitaciones. Otras veces hacíamos una tienda de campaña sobre la cama, con solo poner el cepillo en posición vertical. Otras veces debajo de la mesa. A veces nos ingeniábamos un bar, donde los huevos y papas sancochados (La comida que mi madre nos dejaba preparada) eran las tapas y la bebida un vaso de leche.No sé como me entere de la historia de Robin Hood, pero me gustó y quise ser como el. Entonces me dedique a quitarle el agua de regar a los ricos y dársela a los pobres. Me hice un arco y unas flechas, pero no encontré a nadie que se pusiera la manzana en la cabeza para probar la puntería. Y aún no entiendo por qué. Tuve un amigo muy mayor que se llamaba Gregorito, tenia plataneras y de vez en cuando me daba algún plátano (En aquellos tiempos de finales de los sesenta, el que te regalaran una “manilla” de plátanos era un privilegio) Cuando el vecino regaba la alfalfa yo desviaba el curso del agua hacia las plataneras, hasta que me descubrieron y se lo dijeron a mi padre. Me lleve una corrida de cintazos que hasta se le partió el cinto. Estuve dando vueltas con el culo en el suelo como diez minutos, parecía un molinillo. Fue la única vez que mi padre me pegó, bueno, la única no. Una vez cuando me enseñaba a conducir se me ocurrió acelerar el camión cargado de tierra pendiente abajo y del coscorrón que me dio yo pensé que se me había caído el techo de la capota sobre mi cabeza.Ya dije antes que me hice aventurero. (Y creo que en la actualidad lo sigo siendo) Me escapaba de la escuela para irme a las montañas de peregrinación. Había una cruz en lo alto de una de ellas, cerca de mi casa y ese era el objetivo. Descubrí cuevas, piconeras profundas en las cuales entrábamos con velas encendidas en busca del tesoro del pirata, que no era más que algunos tebeos del capitán Jabato y su amigo gordinflón. Me encantaba entrar en casas abandonadas y descubrir puertas cerradas para intentar abrirlas. Sin embargo nunca me dio por ser cerrajero.Creo que fue esta la época por la que comencé a interesarme por las niñas, aun contaba con siete años, pero sabía leer muy bien. Me toco vivir una época con mis abuelos en San Isidro y para ese entonces una de sus hijas, Benedicta, mi tía, daba clases de costura y compraba las revistas de Corin Tellado. Puedo decirle que me encantaba verlas más que leerlas ya que mi interés era por ver las fotos de aquellas señoritas con mini faldas que al final terminaban besando al novio en la boca. Coño, aquello me gustaba mas que el carajo. La pena es que por aquel entonces las madres protegían demasiado a las niñas de los extraños y yo no encontraba con quien practicar, porque yo pensaba que aquello tenía que ser bueno, pues todas las novelas terminaban igual. Pero yo no perdía la esperanza. Me consideraba un niño con experiencia en la vida. Ya sabía lo que hacían los adultos y ahora me tocaba a mí. Pero ese tiempo no llegó hasta que mi abuela Luz me puso en la cama a reposar la comida una tarde, eso era algo que se hacia antes, ahora se llama siesta. Bueno, el caso es que una de mis primas de mi edad se viene a la cama también a reposar. Aquel día allí no reposo nadie, ni yo ni mi prima. Le empiezo a mostrar mi experiencia dándole unos besos que me quede loco. No contento con esto mis manos se fueron a parar debajo del jardín donde descansan los ciruelos y no vea lo que me encontré. Que le puedo decir, con siete años descubrir aquella sonrisa entre las piernas fue un descubrimiento, para mi, mas importante que el que hizo Cristóbal Colón. La verdad es que fui un casanova a partir de ahí. No hubo prima de mi edad que no jugara conmigo a los médicos. Todavía hoy en día, cuando las veo, inclusive ya casadas, les recuerdo que fuimos amantes. Imagínese la cara del marido. Ciertamente me enamoré de un par de ellas, pero la vida nos separo y no llegué a nada serio nunca. Con diez años la suerte llego a mi casa. Luz eléctrica, nuevo coche, televisión y me dio por leer. Pedí por correo la colección completa de Julio Verne y algún libro de Emilio Salgari. La leí con tanto entendimiento que mis conocimientos del mundo exterior se ampliaron una barbaridad. Por esa época comencé a relatarles a mis amigos y vecinos, historias que yo mismo improvisaba. Recuerdo que algunas eran de miedo. A ellos les sobrecogía la forma como lo contaba y eso me gustaba. Ese ejercicio mental, a esa edad de mi vida, me dio una imaginación increíble. Aprendí a contar cosas y que la gente se las creyese como sacadas de la misma realidad. Con doce años comencé otro tipo de experiencias. Quise ser actor y me compre un tomavistas super 8mm. Me alié con mi primo Tito y decidimos ser actores y viajar a Japón. Me encargue de escribirle al cónsul de Japón en las Palmas para que me diera información acerca de su país porque queríamos ser actores. La mandó, por cierto. A esa edad comprendí algo que no era normal que un niño de mi edad comprendiera. Ya no me gustaba ser actor porque si me casaba no podía estar todo el tiempo con mi esposa, y yo en ese entonces entendía que eso no era bueno. Cambié a otra cosa y quise ser piloto, pero como no había todavía posibilidades de estudiar por lo joven que era, me puse a hacer un curso por correspondencia de mecánico de aviación. Me parece que solo recibí los libros una sola vez. Por ese entonces vino la serie de televisión “Kung-Fú”, protagonizada por David Carradine. Me gustó tanto que puse una escuela para enseñar Kung-Fu, hasta que mi hermano me la quemó, porque no le dejaba entrar.He de reconocer que a medida que crecía desde los seis años en adelante iba comprendiendo lo duro que resulta la vida. Sufrí la muerte de mi hermana con solo ocho días, la de mi abuelo José Pérez, con quien compartí agradables momentos de mi niñez y quien me enseño a ser un hombre solo con su conducta. Vi morir a mi abuelo Jenaro el hombre que me hizo perder el miedo para siempre y que gracias a eso, hoy soy quien soy. Vi morir a mi padrino, que me enseño la paciencia, un fruto del espíritu que no es fácil tener, como puedo ver hoy en la mayoría de los hombres. El me enseñó a fumar. Me hizo un cigarro de escaparacho, así llaman en canarias las hojas secas de la piña de maíz, y me lo fume. Cogí una borrachera de humo que estuve vomitando como una hora. Me vi morir a mi mismo cuando estuve a punto de fallecer ahogado. Solo tenía 9 años, pero vi en unos segundos todo lo que había sido mi existencia. Sabía que se me acababa la vida, tuve la conciencia totalmente clara. Supe lo que estaba pasando y no sentí miedo ni pesar al entender que abandonaba este mundo. Al contrario, experimente una gran paz cuando estaba a punto de abandonar mi cuerpo, hasta que la mano salvadora de mi primo Andrés tiró de mí hacia arriba, evitando así que se consumase lo que parecía inevitable. Todas esas pérdidas y experiencias me enseñaron que la vida se puede ir de repente. Eso cambió mi estructura mental de una forma positiva. Esa nueva forma de mentalidad adquirida me enseño a vivir en un mundo en el que soy “feliz” sea cual sea mis circunstancias personales.Tras esa experiencia comencé a interesarme en los caminos espirituales, detalles que llegué a escribir en el libro “El viaje astral… el camino a otra dimensión”, algo que he llevado conmigo toda la vida, pero ha sido ahora cuando me he decidido a publicar esa valiosa práctica.Como ya había experimentado muchas cosas a mi edad, quería probar otras. Le dije a mi madre que quería tener dinero para mi y que me gustaría trabajar en el periodo vacacional. Mi madre hablo con mi tío político José Guillén, un Contratista de Obra y un gran hombre. Desde los cinco años tuve ese sentimiento hacia él. A pesar de que no teníamos un especial contacto, yo era muy pequeño, siempre le vi muy enamorado de mi tía, hasta el día de hoy. Esa actitud hacia ella, la cual había sufrido una desagradable enfermedad que le hizo perder una pierna, me hizo entender que aquel hombre era un buen hombre y que llevaba alojado en su pecho un gran corazón. Bueno, pues con trece años trabaje en la construcción por catorce días. Cobré ochocientas pesetas por semana. Aquello para mi era una fortuna. Aquella experiencia me sirvió de mucho. A partir de ahí supe donde no debería trabajar jamás. Aquello era muy duro para mí, yo era muy “fino” para ese trabajo.Al año siguiente mi madre me buscó un trabajo en un hotel de cinco estrellas, El Hotel Santa Catalina. Trabaje de ayudante de pisos y al mismo tiempo comencé a hacer prácticas en la recepción. Desde ahora en adelante utilizaría siempre corbata y mi madre después de cobrar el primer salario me compró mi primera chaqueta. A partir de ahí ya comencé a sentirme un “señorito”. Recuerdo que en la plaza de mi pueblo, todos los domingos se acostumbraba a pasear alrededor de ella. Yo era el único que tenia chaqueta y corbata y eso llamaba la atención de las chicas, cosa que a mi me gustaba una barbaridad. A pesar de todo, nunca encontré el amor en mi pueblo natal.Ya había cumplido los catorce años de edad cuando mis padres compraron una casa en Las Palmas. Aquello cambió mi vida para bien. Fue en esta época cuando comencé a hacer los “pinitos” para años después llegar a ser un escritor de novelas. Mis primeros artículos en la prensa aparecieron en “Cartas al Director” en el periódico La Provincia, en el Diario de Las Palmas, en Canarias7, donde fui, además de corrector, reportero de Motociclismo, y posteriormente en La Tribuna de Las Palmas. Después me pase a la Televisión, donde fui presentador en el Canal Canario dirigiendo y presentando el programa “Haciendo Turismo” por un periodo de doce meses.El amor llegó a los dieciséis años, cuando conocí a la que fue mi primera esposa. Sin darme cuenta me fui haciendo adulto y entré en un mundo que parece hecho a medida para ser infeliz. Me casé a los veinte años, enamorado. Doce años duró aquella relación, de la cual nació mi hijo Miguel Ángel. Pero al poco tiempo la ilusión fue desapareciendo y quede vacío. Después me volví a enamorar otra vez cuando conocí a mi segunda esposa con la cual convivi veintidós años. De esta relación tuvimos un hijo, Guillermo Antonio, aunque nosotros le llamamos “William”, su nombre en el Reino Unido. Y al final de mis 52 años me case la tercera vez con una hermosa mujer de la Federacion Rusa, Anna, en la que por el momento vivimos en una magnifica novela romantica. Sin embargo mi historia personal con ella nada tiene que ver con la novela La Pasion Rusa, que le invito a leer.Me gusta hacer lo que quiero, como un niño caprichoso, creo que al fin, por muchos años que viva me sentiré un niño, me he negado a ser adulto y lo he conseguido. Sin embargo eso no ha sido un obstáculo para que sea un humilde hombre de negocios en África, Oriente Medio y en la India, desde donde estoy escribiendo estas líneas. A veces me preguntan por qué escribo. Mi respuesta es siempre la misma “Para dar a conocer historias que puedan alegrar, aunque sea un poquito, el corazón de la gente que leen mis novelas”. Nunca pretenderé decirle al mundo desde mi trinchera de escritor, lo que debe hacer, por que camino ir o que ideología seguir. También me preguntan por qué no presento mis novelas a concursos… Yo no creo en los premios ni en la honestidad de los jurados literarios. Presentar una novela a concurso es un dilema para el escritor y una pérdida terrible para el lector. Me explico: Pueden presentarse cien novelas y solo haber cinco jueces o a lo sumo siete. Pones tus esperanzas en siete hombres que probablemente antes de empezar ya saben en donde va a caer la lotería. Como no ha ganado tu novela, la aparcas y probablemente nunca más la mires, porque fue rechazada por siete personas, que quizás no llegaron a leer la primera página. Y tus lectores ya han perdido una bonita historia que nunca conocerán.No. El premio que yo quiero es el que usted me otorga comprando mis novelas. Yo le llamo “Mi Premio Planeta”, porque mis novelas se venden por casi todo el mundo, ya que de momento se publican en español e inglés y próximamente en ruso.En ocasiones cuando nos negamos a ser adultos, la gente tiene la tendencia a pensar que uno es un irresponsable o inmaduro, sin embargo nadie con esas características podría trabajar en tres continentes y aun así, permitirme el lujo de escribir novelas y que la gente pueda leer y conocer una parte de mis experiencias, que de otra manera nunca conocerían. Todavía a esta altura del siglo XXI la gente no entiende a personas como yo, solo los amigos de corazón me aceptan como soy. Parece ser duro para el resto que uno sea diferente, mi voz, mi conducta, mi forma de vestir, mi cuidado personal, mis gestos y un exuberante espíritu joven, son para quienes me tratan, algo único, imposible de repetir por ningún mortal. Y cuidado con pensar que le estoy diciendo que soy el mejor… ni mucho menos. Solo le estoy diciendo que como yo no hay nadie más en este mundo, los hay mejores que yo, peores que yo, pero como yo… yo soy único. Al menos eso es lo que me dice mi padre, y si él lo dice...Se que la mayor parte de mis lectores son mujeres y que a través de mi email me piden mas novelas de amor. Algunas de ellas me cuentan que estarían disponibles en cualquier tiempo para conocerme personalmente. Algunas incluso me prometen su amor incondicional. He de reconocer que eso es muy halagador pero yo no puedo tomar eso en consideración. Por el ritmo de vida que llevo soy totalmente inaccesible para el resto del mundo. En cambio os doy lo mejor que tengo; mis sentimientos decorados con abundante imaginación. Recibo muchas preguntas de mis lectores acerca de si realmente yo soy como los personajes de mis novelas. En algunos casos sí, pero en otros, nada que ver. Otras me piden que les llame por teléfono para escuchar el sonido de mi voz. Por eso he colgado un video de presentación en you tube, donde tambien les digo que vayan a visitar www.amazon.com y pidan algunas de mis novelas digitales.Reciba mi más afectuoso y cordial saludo.Anthony DreyerRead more about this authorRead less about this author
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Los miembros de una expedición científica Británica descubren unas tablillas de arcilla con inscripciones en Arameo, y un cuerpo congelado bajo un glaciar en el monte Ararat, en Turquía. A raíz de este descubrimiento surgen una serie de preguntas que poco a poco se van desvelando, las cuales provocan varios episodios violentos.

La realidad que muestra el contenido de este descubrimiento hace que la alta jerarquía católica del Vaticano, intente ocultar al mundo su significado, a la vez que los políticos más prominentes de la tierra luchan para darlo a conocer. En esta historia, inundada de conocimiento y aventuras encontrara algo que nunca hubiera pensado descubrir en la lectura de un libro.

El disfraz del enigma es una novela que le abrirá las puertas a un conocimiento desconocido, por ello, si alguna vez pensó que sabia suficiente, esta novela le mostrará que aun le queda mucho por conocer. .

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