Al desaparecer físicamente Dámaso Quero, conocido popularmente como “Cachito”, nunca imaginé, que 20 años más tarde escribiría el prólogo de un libro sobre gran parte de su vida. Cuando en el diario El Impulso de aquel viernes 28 de febrero de 1992 cité el fin de la jornada terrenal de este popular personaje larense bajo el título, “Cachito se fue al dogout”, estaba utilizando el mismo lenguaje folklórico que le hizo ganar el cariño y recuerdo de un pueblo a quien divirtió con sus ocurrencias.

Hoy, ese recuerdo lo representa esta obra del ingeniero Gustavo Rosendo quien, como él mismo calificó, lleva en su espíritu el apetito de escribir una diversidad de aspectos de la vida histórica de esta pujante ciudad crepuscular de Venezuela. Con honda emoción espiritual, por tratarse de su primo, el autor no va más allá de lo que es capaz de contextualizar y se apoya en los archivos del ex pelotero profesional Alberto Cambero, responsable de “mantener viva la memoria de “Cachito”, como portador de los cuentos y hasta heredero de su lenguaje y apodo”.

De manera que, este trabajo no inyecta en las pupilas del lector una sobredosis literaria equivocada y sin fecha de vencimiento, la cual, finalmente, terminaría indigestando todos los sentidos. Tampoco esta remembranza escapa de la colectividad de antaño larense y se introduce en los libros de la juventud, pues se transmite de una generación a otra.

Es una de las formas más puras de los estudios descriptivos. El pasado es recreado y se trae al presente con la idea de conocer aquellos eventos importantes y procesos que formaron a la persona, conmovedores porque a veces el realismo supera la ficción, cautivadores, porque convocan al espíritu, y llenas de música y color porque seducen el alma.

Este libro nos atrapa, lo digo porque ya lo leí, y nos sacude, pues parte de esas vivencias las presenciamos en cuerpo y alma. En su tránsito diario hacia un lugar desconocido, generalmente tropezábamos con Cachito en plena tarde gris, en las afueras de la anterior sede del diario, carrera 23 con calles 26 y 27, y en auténtico jolgorio beisbolero nos decía: “No me des base por bola porque voy para el dogout”, solicitando las monedas que casi siempre le asignábamos.

De tal manera que el protagonista con su inseparable lenguaje del béisbol, encontraba la filosofía de vida de un ser humano. Era palpable cómo su conversación sólo versaba en torno al deporte que apasiona, e independientemente de las penas y alegrías que le tocó vivir, la pelota siempre estuvo allí, sin importarle qué tan grave fuera la circunstancia que tenía enfrente.

Hombre menudo, sencillo, Cachito deleitaba a todos quienes quisieron escucharlo. Humildemente pues, atendiendo el inefable privilegio del ingeniero Rosendo de prologar su obra, he querido mostrar al lector, de manera anticipada, con términos y conceptos rígidamente objetivos, el camino que transitará, y la inversión de tiempo en el contenido del libro, en cuyo talento y tesoro encontrarán satisfactoriamente su recompensa.

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